lunes, 15 de septiembre de 2008

Alegato


Los contratos verbales no tienen más valor que el que las personas les dan. La obviedad está servida pero no deja de ser un problema complejo, sobre todo cuando no se habla el mismo idioma entre los dos contrayentes. Demasiadas cláusulas quedan sujetas a la buena intención del prójimo, y claro, no están los días para creer en la buena voluntad del otro. Corren tiempos difíciles para las estrechas y frágiles relaciones humanas, discurrimos por los ríos de la libertad de acción y el individualismo a la enésima potencia, de tal manera que nadie es imprescindible de una manera constante. Lo que hoy es, mañana se torna imposible por acción de las cambiantes circunstancias vitales. Nadie conserva su estado de rectitud, respeto y amor al otro por siempre.

Últimamente he oído decir en muchas ocasiones que “siempre” suele resultar ser demasiado tiempo. Así, hemos permutado el legendario: “contigo pan y cebolla” por el letal “hoy bien, mañana Dios dirá” a sabiendas de que el mañana siempre está en manos del otro o incluso del azar. Se estila, como es natural, eso de no permitir que nadie se convierta en el centro de tu vida para que cuando esta/e se vaporice, como charco al sol, ser capaz de sobrevivir contigo mismo, a solas en la penumbra de tu habitación vacía sin problemas. Es una manera un tanto ridícula, sórdida y eficaz de resolver el problema generado por la duda del mañana.

El contrato verbal a todas luces se torna entonces más una declaración de intenciones que en un compromiso de permanencia contra el viento y la marea. Para este particular también hay una histórica frase que justifica, en parte, el modelo de actuación, pues la intención es aquello que cuenta por encima de los resultados finales. De tal manera no es necesario amar eternamente sino tener la voluntad de hacerlo por siempre con independencia de la duración del siempre.
El género experimenta entonces su letal metamorfosis un día, convirtiendo lo tolerable, en el pasado, en detonante de la crisis interna y auto afligida que potencialmente desordenará más la vida del otro que la vida propia.

Preocupa especialmente sospechar que en el momento inmediatamente posterior a la ruptura de la baraja, ambos gozan de una libertad de actuación ilimitada y sin precedentes, de la que es conveniente hacer uso lo antes posible. Un mar de libertades (a las que un cristiano no está acostumbrado) que se adquieren en el preciso momento del adiós, mañana te llamo, ya hablaremos, hasta pronto o hasta siempre.
Es sin lugar a dudas, unos de los momentos en los que más y mejor se identifican y conocen a las personas con las que has compartido sueños, andanzas, confidencias y, claro está, buenas intenciones. Son esos meses posteriores en los cuales te das cuenta de con quien pernoctabas, con quien tomabas café y con quien compartías tu vida.

Después de esto, la prisa suele ser el arma más traicionera en estos días. La necesidad de sustituir lo muerto por lo vivo, lo pasado por el presente más inmediato, lo antiguo por lo nuevo. Salir a la calle con ganas de encontrar a alguien que llene el vacío que presenta tu alma lo más rápido posible, sin ninguna preocupación de cuantos errores se puedan cometer en el camino, a fin de cuentas ya no hay que dar explicaciones a nadie de tus actos. “Yo hago, Ahora, yo soy libre.”
El luto y el duelo por la pérdida de alguien quedan relegados a un segundo plano por la acción del Yo sin percatarse, en la mayoría de los casos, de que esa lícita pero negligente libertad de interactuar con el medio que te rodea suele marcar un punto de no retorno para la relación anterior.
Aparece en escena el orgullo del traicionado, quien considera mancillados sus apegos y consecuentemente se precipita la catástrofe, el reproche, la bajeza…

Así funciona la vida en el organigrama del 1+1. Sin esperanzas para los que como yo salimos de un mundo de dos y nos metemos en un mundo de cero o de mil. ¿Quién sabe? Un mundo en el que no pareces ser nadie sin el otro, por convertir un día al otro en el centro de tu vida. Por dejarte llevar por ese pensamiento romántico de las cebollas con mucho pan y la cal con otro tanto de arena. Así somos, descuidados y soñadores. Sinceros. Francos.

Un día la vida hará justicia con todos, mientras espero, escribiendo mi alegato, el que aquí expongo, el que espero que algún día me exima de toda culpa.

He dicho.


-david franco-

viernes, 12 de septiembre de 2008

Conversaciones y desencuentros.



-¿Sabes guardar un secreto?- dijo entre soñolienta y cortés.
-¡Si!, claro que si- apunté interesado, sin encubrir mi natural avidez .
-Yo también- repuso ella de manera fulminante.

Así quedó la cosa.
Recuerdo el invierno frío, despertarme y poner los pies sobre las baldosas frías a trozos por la acción de las tuberías de la calefacción en el suelo. Atender la llamada de mi madre en la lejanía instándome a despertar. Ella me vestía, a veces, antes de ir al colegio, sobre mi misma cama. Yo me dejaba llevar, y relajaba al máximo mi cuerpecito para hacer más fácil la tarea de enhebrar las prendas que después se empaparían con la lluvia fina. Una vez vestido y despierto, me acuerdo, aun hoy, del intenso olor a cacao que invadía todo en pasillo hasta mi cuarto, de la atmósfera de aquella cocina chiquitina cuando se derramaba la leche sobre el fogón en un descuido, de alguna lágrima sobre los ojos cuando el tazón terminaba sobre mis pantalones y del sabor a laca “Neli” en el aire del baño antes de partir hacia el cole.

Vivíamos en una casa pequeña, en un sexto al que te catapultaba un ruidoso ascensor verde que se estremecía arriba y abajo todo el día haciendo que sus quejidos entraran en todas las casas de la comunidad. Eso no era una desventaja, él era un fiel avisador de cuando alguien bajaba en tu piso, teniendo un tercio de posibilidades de que fueran tus padres, en el caso de estar haciendo algo no muy conveniente. Siempre recordaré las carreras por aquel pasillo y los dos o tres segundos de margen que habilitaba la llamada precisa del aparato antes de que alguien entrara en casa. Dos o tres segundos vitales para, en aquel tiempo, volar del televisor a tu mesa de estudio tratando de parecer un muchacho responsable y estudioso.


Ahora casi todo ha cambiado, los olores, sabores, sensaciones… y claro está, ahora, no es mi madre la que me viste. Sin embargo conservo esa flacidez cuando me despierto, preludio de la ducha y el primer cigarrillo de la mañana. Las plantas de mis pies buscan ese calor del pasado en el amable y mentiroso parquet, ese olor que el maldito y frugaz microondas no despide, esa lluvia que no me moja metido en el coche saliendo del garaje en días de intenso aguacero.
Todo ha cambiado, menos yo y mi esencia que ahora siento fresca y llena, mis ganas de sentir nuevas sensaciones, de hacer nuevos quehaceres, de vivir tan intensamente como aquellos días en los que nada parecía hacerme daño, de reinventarme a mi mismo y de que todo me de la misma vergüenza que sentí cuando besé por primera vez a aquella chica.


Hoy el día termina, mañana naceré de nuevo, reencarnado en mi mismo, con mi mochila de sueños y mis zapatillas de correr mucho, las que mi madre me anudaba de pequeño, con las que aprendí a caminar y a correr. Con las que me caí, con las que rompí del uso y alguien remendó por mí, con las que me trajeron a ti y después, con las que me fui tan despacio. Las mismas que me atan al asfalto, me ponen en contacto con la tierra que piso y llevan mi cuerpo, ya formado, hasta donde estoy ahora mismo:


Aquí.

Riendo las risas.


Cuelguen sus mejores fotos, muestren su mejor perfil a contraluz, esa foto en la que se te adivina un escote, una entrepierna se sombras que alimente la imaginación de prójimo. Escribe tus sensaciones, experiencias, desvaríos, desatinos, vicios y virtudes, tus miserias.

Dibújense con siempre soñaron, vestidos de domingo, de fiesta en aquel bar, en la playa más ocre del mundo o en la ciudad más lejana de sus casas. Adviertan al ojo mal entrenado que poseen primos, tíos, hermanos, cuñados, sobrinos, gatos, gatas, perros, perras y amigos muchos amigos… si capturan el segundo preciso en el que tienen la pose más extravagante, o son la cara viva de la extrema felicidad, mejor! Paséense por estos lares tirando confeti al son de la chifla y el tamboril. Banderolas en lo alto, calles engalanadas de grana y oro, olor a incienso y regusto a pan de ángel con piñones.

Una excusa para entrar en casa galopando y tras escuchar las llaves rugir contra la mesilla de noche, alunizar en el sillón frente a la ventana que conduce a tu espacio, a tu sitio perfecto. Ese cubil en el que te presentas limpio de polvo y paja, maquillado, guapo, elegante, interesante e incluso con un punto de inteligencia. Ese agujero plano en el que nadie te puede decir que no te has hecho a ti mismo.

Cuando el mundo no sea lo suficientemente grande o pequeño para esconderse, huir o encontrarse con tus enemigos y musas, aquí tienes la solución al entuerto. Diseñe su vida como en su mejor noche de verano tirado en la hierba, oliendo el heno y contemplando lo que su compañero de al lado le dice que es la Osa Mayor describiendo un circulo en el cielo con su índice. El mismo dedo con el que delinea estas líneas, con el que cuenta estos cuentos, con el que ríe estas risas…